Sobre los cuatro años, los niños se definen a sí mismos por comportamientos
y características observables. Es decir, mencionan comportamientos concretos
(como "puedo correr muy deprisa"), condiciones físicas específicas
(como el color del pelo), preferencias. Hablan de destrezas particulares (como
trepar o correr) en vez de generalizar sus habilidades.
A los cuatro años, las descripciones de un niño sobre sí mismo son frases aisladas unas de otras. Su pensamiento salta de un aspecto particular a otro aspecto particular, sin seguir un orden lógico. Piensa en términos de todo o nada. No entiende que puede ser bueno en algunas cosas y malo en otras, ni entiende que puede sentir dos emociones a la vez.
Alrededor de los cinco o seis años, los niños pueden relacionar un
aspecto de sí mismos con otro. Por ejemplo, describe juntas sus habilidades
para el deporte ("Puedo trepar muy alto y correr deprisa, siempre gano a
los demás cuando corro, algún día perteneceré a un equipo"). No obstante,
a esta edad todavía se fija en las cosas en las que es bueno y su pensamiento
es aún de todo o nada (si es bueno no puede ser malo).
Es más adelante, en la niñez intermedia, cuando pueden decir que
son buenos en algunas cosas y malos en otras, pues su tendencia a pensar en
términos de todo o nada.
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